“Le tengo mucho respeto al virus”

Cuenta que antes de la llegada de la primera ola, él ya se había autoconfinado. “Vi que la cosa iba en serio”. Incluso después de los 99 días de confinamiento general, alargó su enclaustramiento “cuatro semanas más”. Ahora, con el aumento de la incidencia de la pandemia, asegura que sólo sale “para lo indispensable”.

Reconoce que en verano, momento en el que el virus dio una pequeña tregua, salió de casa. Eso sí, “con todas las precauciones”. “No entré en ninguna tienda, ni restaurante, ni bar. Muchas veces salía a pasear, pero con el coche”. Cuando lo hacía a pie, iba por caminos (vive en Celrà, un pueblo cercano a Girona) en los que se cruzaba “con una persona como máximo”.

“Al principio me sentía un poco culpable por estos paseos –confiesa-, como si fuera algo que no tuviera que hacer, pero luego me convencí de que no hacía nada malo. Voy siempre con la mascarilla puesta aunque no me cruce con nadie. Siempre llevo una FPP2, le tengo mucho respeto al virus”.

Lo que ahora es respeto, al inicio era miedo. “En los primeros días de confinamiento, ni tan siquiera salía al patio de casa. Me quedaba dentro de las cuatro paredes, y eso que los vecinos más cercanos los tengo a 40 metros”.

Dice llevarlo bien psicológicamente, y es que intenta mantenerse ocupado. Forma parte de la junta directiva de la Associació de Malalts i Trasplantats Hepàtics de Catalunya. Lo peor que lleva es no poder ver a sus cuatro nietos, también la insolidaridad de las personas que no cumplen las restricciones y los discursos negacionistas. “Siento rabia, aunque sé que es un sentimiento malo”.

También sufrió mucho “cuando no se podían hacer trasplantes durante los momentos más duros de la pandemia”. “Te pones en la piel de las personas que están esperando un órgano. Es necesario que sigan las donaciones”, concluye.

Fuente: La Vanguardia 

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