El hígado es el órgano más grande que hay dentro del cuerpo humano, y su función es vital, pues nos ayuda a digerir los alimentos, pero también a guardar la energía que necesitamos para estar bien y a desechar toxinas. A veces puede presentar alguna deficiencia como cuando acumula en sus células triglicéridos, es decir, grasas, apareciendo lo que se conoce como hígado graso. En contra de lo que se puede pensar, la verdad es que este no surge por un consumo excesivo en sí de alimentos ricos en esta sustancia, sino que hay más posibles motivos detrás.

Los tipos

El hígado graso puede ser de dos tipos, ya que o surge por la ingesta continuada de alcohol o por otros motivos que no tienen nada que ver con este hábito. En el caso del hígado graso no alcohólico puede tratarse de un trastorno leve y aunque haya grasa en el hígado, sus células no están dañadas, por lo que es probable que no se den manifestaciones importantes. Ahora bien, si estas se encuentran afectadas entonces lo más probable es que el órgano se inflame y que derive en complicaciones provocando cirrosis o incluso cáncer.

En cuanto al hígado graso ocasionado por la ingesta de alcohol, se origina por este motivo cuando esta se produce en cantidades elevadas. Hay que tener en cuenta que cuando dicha clase de bebida llega al cuerpo el hígado se encarga de descomponerla de modo que el organismo la elimine. Sin embargo, en este proceso se pueden generar sustancias dañinas que perjudican a las células hepáticas, desencadenando inflamación y debilitando las defensas naturales. Si la patología continua evolucionando puede derivar en una hepatitis alcohólica y cirrosis.

Más factores

Existen una serie de factores que además pueden favorecer la aparición del hígado graso como la obesidad, poseer el síndrome metabólico, la diabetes tipo 2, tomar algunos fármacos, tener la presión arterial alta o un nivel de triglicéridos elevados o colesterol, entre otros.

La edad es otro elemento a tener en cuenta, pues este trastorno aparece más en personas de mediana edad o mayores.

Esta enfermedad hepática apenas se manifiesta salvo que el paciente se puede encontrar más cansado de lo normal o de vez en cuando presentar algún dolor abdominal ligero. De modo que la forma más normal de diagnosticarlo es a través de distintas pruebas como análisis de sangre, ecografía o si fuera necesario biopsias.

El tratamiento se centra en abordar la causa que lo desencadena tratando de eliminarla mediante medidas que pueden ir desde perder peso, dejar de tomar algunos medicamentos o retirar las bebidas alcohólicas.

  

Fuente: 65ymas.com